viernes, 18 de mayo de 2007

Don José Boto - Cura de Caboalles

Don José era el cura de Caboalles cuando yo era pequeño.
Era un buen hombre y gran paisano.
Su indumenta, la sotana y el bonete, gastados y no muy limpios, quedaron grabados en mi memoria.
Años mas tarde, ya en Gijón, alguno de mis libros de literatura del colegio reproducía este trozo de "Historia de la vida del Buscón" de Francisco de Quevedo:

"Él era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y oscuros que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, de cuerpo de santo, comido el pico, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida que parecía se iba a buscar de comer forzada de la necesidad; los brazos secos; las manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética, la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese. Cortábale los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños. Parecía, con esto y los cabellos largos y la sotana y el bonetón, teatino lanudo. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues ¿su aposento? Aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas. Al fin, él era archipobre y protomiseria."

Siempre que leí esta descripción que hace Quevedo me vino a la memoria Don José, su sotana y su bonete.
Para sus monaguillos, que alguna vez ejercí de tal (misas en en latín) , tenía la virtud de usar vino de misa del bueno. No como los curas modernillos del momento a los que les servía consagrar con moscatel del barato. (Ya sabéis de quien hablo).

www.caboalles.org

2 comentarios:

rivas dijo...

y.o tambien fui monagillo con don jose y nos quitaba las propinas que nos daban los padrinos de bodas y bautizos un saludo

rivas dijo...

y.o tambien fui monagillo con don jose y nos quitaba las propinas que nos daban los padrinos de bodas y bautizos un saludo